Cuando leáis esta entrada estaréis de acuerdo conmigo en que nadie se merece más que Concha ser la primera florista de quien hablemos en esta sección. Ella lo que sabe hacer es eso, vender, vender sus flores, ha llegado hasta los 90 años trabajando y no piensa en jubilarse, llega bien de mañanita a su rincón de la calle Alberto Aguilera con la calle Gaztambide. La ayuda uno de sus hijos que viene con la furgoneta bien repleta de cubos con flores, ella prepara el puesto, llena los cubos de agua, barre el puesto y lo deja bien curiosito, entonces se sienta y espera. Es guapa Concha, de belleza serena, sobre la cabeza un pañuelo negro por el que asoma el cabello blanco, ojos claros, de color indefinible y una piel que ya la quisiera yo si es que llegó a su edad. Guarda luto riguroso por su marido que falleció hace dos años, ha tenido varios hijos, el mayor casi acaba la carrera de Derecho, sus hijos fueron todos al colegio y aunque ella no sabe leer, si la quieren engañar no se la dan con queso, que de números si entiende y una vez que le pesaron mal la carne en el mercado bien que se enteró. Ella no tiene acceso a todas las flores que últimamente ofrecen las floristerías más nuevas pero puedes llevarte a casa un bonito ramo de gerberas, tulipanes, margaritas, rosas de los pobres, claveles o astromelias.
Tú cómprale flores que ella te regala un clavel
y un poco de conversación y aprenderás mucho. Concha es una señora y si charlas un poco con ella, lo cual agradece después de tantas horas de soledad, aprenderás lo que es pasar por la vida aceptando lo que le ha tocado vivir, con dignidad y señorío, esa es Concha, una gran señora de las que quedan pocas. Un lujo tenerla a la vuelta de la esquina. En la próxima entrada toca dar un buen paseo y cambiar de barrio, nos vamos a Ópera, a la calle del espejo, allí un español de madre francesa y un amigo holandés regentan Fransen et Lafite, floristas de última generación que también merece la pena conocer.
Comments