
Acerté por pura casualidad con sus colores preferidos, lila y amarillo, lirios del Mercado Central y un ramito de azahar de los naranjos de las plazas de Cádiz que me llevé a casa... sin pagar. Esta ciudad se merece mimos y cuidados, calles más limpias, casas restauradas y muchas otras cosas más, se lo merecen las almas que la habitan, gentes sencillas que viven felices disfrutando de la vida, sin grandes expectativas y entonces te fijas en el churrero de la plaza que te ofrece su mejor sonrisa mientras te da un churrito antes de pagar, en el camarero que saluda a sus clientes llamándoles por su nombre y en los vecinos del barrio compartiendo cafetitos y tostadas con jamón y en los muchos perros sin pedigrí que acaban por caerte simpáticos.

Una semana con Márian,
podía ser también un buen título para esta entrada, el caso es que si alguien transmite pasión por la vida es ella, auténtica pasión, ella hace de cada instante un milagro y eso !resucita a un muerto! te obliga a respirar e insiste en que tu mente se vaya de vacaciones - tú déjate llevar- podía ser en Cádiz, en Madrid o en Nueva York. No hay nada más que respirar, algo tan fácil y tan difícil como eso, y cuando el oxígeno llegue a la última célula de tu cuerpo apreciarás en toda su plenitud los atardeceres en La Caleta o la Alameda con árboles magníficos como sus ficus centenarios, empoderados, arraigados a una nueva tierra que no es la suya y que crecen convencidos y convenciéndote de que sólo podían haber crecido hacia la luz en este lugar o flores sorprendentes y extraordinarias como las de estos árboles de la Plaza de España en los que primero nacen las flores y después crecen las hojas.

Hay gente que ha nacido en un lugar amable y al que ellos aman, Cádiz rezuma humanidad.
En Cádiz un paseo por la Playa de la Victoria, una lubina de estero en el chiringuito y un par de cañitas te hacen dormir en paz, no sé si los sicólogos tienen mucho trabajo en esta ciudad...