

Las flores van entrando en mi vida, supongo que inconscientemente las busco porque creo que se me aparecen en los sitios más dispares, se me presentan y no puedo evitar dejar de verlas y escucharlas, me susurran al oído y yo escucho atentamente. A veces son frescas, otras pintadas, secas, de papel, bordadas... y el pasado Domingo me las enseñó Santa Isabel de Portugal desde un salón del Museo del Prado, me miraba fijamente y con semblante serio, orgullosa de mostrar las flores en su delantal, un ramillete de rosas rosas ocultas con delicadeza bajo el vestido, parece como si pudiéramos escuchar el crujir de la seda y la combinación de colores es tan exquisita que conviven armónicamente, el verde oscuro del guardapiés, con el original tono castaño violáceo de su basquiña, el bermellón de las mangas y el tafetán azul verdoso de los bullones de las mangas y las prenda sobrepuesta. Este magnífico cuadro fue pintado por el ilustre pintor extremeño Francisco de Zurbarán y recoge una bonita leyenda, mi madre nos la contaba cuando viajábamos a la playa de Figueira da Foz, yo la escuchaba atentamente con la mirada puesta en el punto más alto de su Estremoz natal, en su imponente castillo.
En este bonito pueblo alentejano, Don Dionís mandó construir el castillo para la que sería su esposa Isabel, infanta de Aragón. Actualmente alberga, tras una minuciosa rehabilitación, una bella Pousada (Parador Nacional)
Es una parada obligada para disfrutar de una de las vistas más bonitas de la llanura alentejana.
Como os decía, Don Dionís, rey de Portugal, en 1281, envió embajadores a Aragón con la misión de pedir en casamiento a la Infanta Dª Isabel, que fue más adelante Reina y Santa. Pasados los años, un día, el inmoral y violento Don Dionís, la sorprendió llevando panes a los pobres oculto en su delantal, cuando pidió a la reina que se lo mostrase se habían convertido en un puñado de rosas, lo cual en aquel momento resultaba fácil de creer para una niña de imaginación desbordada como yo. Ahí queda la anécdota de mi infancia, pero al cabo de muchos años Santa Isabel irrumpe de nuevo en mi vida.
Aragón es la tierra de mi esposo, tierra natal también de la Infanta Isabel. Y allí hemos pasado diez años de nuestra vida. Pues parece que Santa Isabel de Portugal me esperaba pacientemente desde hace más de 20 años en una estantería de mi casa. En Zaragoza, tras la Catedral de la Seo, se instala los Domingos un mercadillo de antigüedades y libros viejos, a mí me llamó especialmente la atención éste, "Santa Isabel de Aragón Infanta y Reina de Portugal" (historia de su vida y de su tiempo)

Mi visita al Prado y el descubrimiento del retrato que le pintó Zurbarán, mi ilustre paisano, ha despertado de nuevo en mí la curiosidad, parece el momento oportuno para conocer mejor a tan ilustre reina, quien siempre soportó con paciencia los ultrajes de su belicoso marido.
Cuando el Rey Don Dionís murió en 1325, Isabel tomó el hábito de terciaria de San Francisco y mandó construir en Coimbra un convento de clarisas donde terminó sus días en 1336.
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El milagro de las rosas es un milagro católico en el cual las rosas anuncian la presencia o actividad de Dios. Fue ya un símbolo de amor en Grecia y en la literatura romana, en la edad media la rosa se convirtió en parte de la simbología cristiana. Se ha incluido en acontecimientos de la vida de otros santos. Es posible que la leyenda portuguesa se basara también en un milagro similar, el que aconteció a Santa Isabel de Hungría, tía de nuestra Isabel de Portugal. Nuestra Isabel, hija del rey de Aragón Pedro III, recibió el nombre de su tía, canonizada en 1235 y con quien a veces se confunde su iconografía.
Una escena legendaria que aparece en todas las biografías de la santa húngara, cuenta cómo un cierto día descendió del castillo de Wartburg con algunas de sus sirvientas al pueblo de Eisenach con el manto cargado de carne, huevos y pan. Se encontró inesperadamente con su marido, que le preguntó qué llevaba en su regazo. Ella, apenada, no dijo nada. Él abrió el manto de su esposa y aparecieron rosas.

Otros personajes a lo largo de la historia han sido representados aludiendo al mismo milagro de las rosas, Santa Casilda, Nuestra Señora de Guadalupe o San Diego de Alcalá sin ir más lejos.
El de Santa Casilda es quizá el más antiguo conocido dentro de la tradición cristina. La princesa mora santa Casilda de Toledo, hija de Al-Mamún, rey de la Taifa de Toledo, mujer caritativa y apiadada de los cristianos cautivos en las mazmorras del palacio, bajaba para darles consuelo y alimentos. Sorprendida un día por su padre, de su manto aparecieron rosas en vez de panes. Convertida al cristianismo, una ermita en la Bureba burgalesa mantiene viva su memoria.

También Santa Casilda fue pintada por Zurbarán y es que el pintor extremeño adquirió fama con la representación de mujeres santas, tratadas individualmente sosteniendo sus atributos y mirando fuera del cuadro de forma singular. Una de ellas se conserva en el Mubam de Barcelona, la otra pertenece a la Colección del Museo Thyssen Bornemisza.


Méjico también tuvo su milagro de las rosas, y algunos otros países sudamericanos también. Un día de diciembre de 1531 se le apareció al indio mexicano Juan Diego una bella Señora en el cerro de Tepeyac. La Virgen le manifestó: «Deseo vivamente y me agradaría mucho que en este lugar se me erigiera una capilla. El obispo Juan de Zumárraga no le creyó. Era necesaria una prueba. Y la Virgen se la dio. «Sube, tú que eres el más pequeño de mis hijos, hasta la cumbre del cerro, donde me has visto y yo te di mis instrucciones. Allí encontrarás diversas flores; córtalas y recógelas». Era diciembre y sin embargo el indio Juan Diego contempló un campo esponjado de rosas. Las envolvió en su capa y las llevó al obispo. Cuando extendió la capa, el rostro del obispo se llenó de sorpresa y admiración.

La imagen de la Virgen ha quedado impresa en el sencillo manto del indio. Y el obispo la colgó en su capilla. En lengua Náhuatl, se le llamó Tlecuauhlapcupeuh, pero a los españoles estos nombres le sonaban a Guadalupe.
Es posible que a los conquistadores extremeños les recordara el nombre al del río Guadalupe en la provincia de Cáceres. Por cierto, y aunque no hubo en este caso ningún milagro de las rosas, es una delicia conocer la historia del milagro de la Virgen de Guadalupe en Extremadura y la historia y maravillas artísticas que alberga el Real Monasterio, por cierto, entre otros monarcas conserva los restos de Dionisio de Portugal (Don Dionís)
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Se cuenta también, que San Diego de Alcalá, fraile franciscano del siglo xv, tomaba el pan de la mesa del convento en esta ciudad, para llevarlo a los pobres, sorprendido por el prior, extendió su capa y los panes se habían convertido en rosas.
Os recomiendo la lectura del "San Diego y el milagro de las flores", del blog Historias de Alcalá, recoge hasta tres versiones diferentes (recogidas documentalmente), cada uno de los narradores agrega algo de su propia cosecha, si bien es verdad que en la esencia el milagro es el mismo.
https://historiasdealcala.wordpress.com/2015/11/12/san-diego-y-el-milagro-de-las-flores/
En el Museo Lázaro Galdiano de Madrid se conserva este cuadro que pintó Zurbarán narrando el hecho del milagro de las rosas.

Todo comenzó en el Museo del Prado, de la mano de Zurbarán y de Santa Isabel, la Reina Santa que murió en Estremoz, que une con lazos de amor y rosas a Aragón, Extremadura y Portugal. Los pilares de mi vida.